Alfredo Falconí, el técnico y libretista de las novelas de suspenso y terror
Es uno de los técnicos de radio más respetados del país. Nació en la capital de la república, en el barrio San Marcos, el 23 de marzo de 1944. Desde pequeño le gustó trabajar, durante las vacaciones de la escuela Hogar del Niño N.2, en el sector de Iñaquito, siempre iba a buscar que hacer. Diseñaba cometas y alcancías en una carpintería que estaba cerca de su casa. Cuando estaba en tercer curso del colegio Mejía, su padre Julio Falconí le pidió a su amigo, Luis Moreno Cordero, que le ayude a conseguir algún trabajo para esa temporada.
Fue ahí cuando le puso en contacto con Galo Hernández Navas, quien trabajaba en la radio “La Voz de la Verdad”, que estaba situada dentro del convento de Santo Domingo. En ese lugar Alfredo Falconí fue “el control” de la emisora. Con Galo Hernández Navas fueron los iniciadores de las novelas de suspenso y terror en la radio. En Metropolitana emitieron “Suspenso a las 10”, luego en América, La Pasillera, transmitieron “Drácula” y “la Maldición del Inca”. Una novela quedó pendiente y se la iba a emitir en Radio Presidente, Su Excelencia Musical, es “Una Eva Negra”.
Fue técnico de las radios Luz de América, Metropolitana, América La Pasillera, Gran Colombia, Visión, Radio Nacional de El Oro, entre otras. Es amigo de varias personalidades de la radiodifusión ecuatoriana como Galo Hernández Navas y Mauro Ferrín Vera.
Es técnico y libretista, uno de sus cuentos se publicó en el séptimo tomo de ediciones Acervo de la Enciclopedia del Terror, su seudónimo era Fred Falcon. Alfredo le dio la oportunidad de locutar a una de las voces internacionales del Ecuador, Betty Pino, quien tuvo una amplia y exitosa carrera en la radio de Miami. Grabaron una cuña de café Minerva.
Alfredo Falconí tiene pocas fotos de las consolas y transmisores que construyó, porque siempre pensó primero en cómo ir cambiando y generando un mejor producto y se olvidó de tener un banco de imágenes de su trabajo. Siempre le gustó ser dueño de su propia empresa, por ello primero tuvo un taller que se llamó “Radio Partes” y luego “Alfa Electrónica”. “Creo que tendré construidos 50 o 55 equipos de AM y de FM entre 20 o 30”, indica.
“Politiquitis” por Radio Metropolitana
Galo Hernández Navas en Radio Metropolitana, La Voz de la Simpatía Popular, era parte del elenco que conducía el espacio “Politiquitis”. Un programa netamente político que se emitía al mediodía. La sintonía era total.
Sin embargo, él quería tener un programa propio, donde pueda crear sus propios segmentos, por ello arrendó un espacio, de 19:00 a 23:00, los domingos y la denominó “Miscelánea Nacional”. A este medio también le llevó Alfredo Falconí, para que dirija la parte técnica. En la hora de transmisión se analizaba los temas de la semana que habían sobresalido y necesitaban ser difundidos nuevamente.
Suspenso a las 10…
Luego de “Miscelánea Nacional” se presentaba un programa que tuvo mucha acogida y hasta ahora se lo recuerda: “Suspenso a las 10”. Al inicio era solo lectura de novelas cortas que Galo Hernández Navas sacaba del libro escrito por Laura Pérez de Oleas Zambrano, eran tradiciones quiteñas. Se hablaba de los duendes, brujas, el diablo y el misterio era fundamental en la narración. Con esta lectura terminaba el programa, recuerda Alfredo.
Luego se le ocurrió a Galo Hernández Navas dar tonalidades y voces distintas a los personajes de la novela. “Cuando había que hacer de niño, adulto o anciano, él lo interpretaba”. Parece que el esfuerzo al hacer distintas voces le hacía toser seguido y se le irritaba la garganta. Alfredo tenía que estar pendiente para cortarle la señal, cuando sucedía esto. Galo indicaba con la mano en la garganta que le tocaba toser y cerraba el micrófono. “Eso sucedió en los dos o tres primeros programas”, indica.
Luego Alfredo se ingenio y le puso un fondo musical acorde al tema que estaba leyendo, con la finalidad de que no se corte cuando él iba a toser, sino que inmediatamente subía un poco el volumen de la música de fondo y no había el bache en el corte. “Así empezó a narrar y los oyentes empezaron a seguir con interés las historias que leía”.
Alfredo Falconí buscaba efectos que ayuden a mantener la expectativa en cada capítulo y se encontró con dos discos Long Play (LPs) que eran solo de efectos especiales: viento, truenos, rayos, una cantidad de sonidos, podrían haber sido unos 30 o más. En ese momento se le ocurrió que cuando Galo Hernández Navas hablaba de una noche tenebrosa ponerle el efecto del viento, cuando la lluvia era fuerte ponerle un rayo, cuando había caballos incluirle el galope. “La idea era poner los sonidos acordes a la narración”. Ahí empezaron a realizar las primeras novelas cortas y el elenco eran solo los dos. Galo Hernández Navas que hacía tres o cuatro voces y Alfredo que le ponía los efectos diferentes en cada capítulo. Ese fue el inicio del famoso “Suspenso a las 10”.
Cuando ya se acabaron los dos capítulos, porque el programa duró más de dos años. Galo se entrevistó con la señora Laura Pérez y consiguió unos tres o cuatro cuentos cortos más. Luego Galo adquirió una enciclopedia del terror, escrita por la firma Acerbo de España y de ahí salieron otras novelas cortas, pero no fueron muchas. A pesar de que eran 6 tomos grandes no se pudo adaptar el libreto a la realidad nacional, porque eran novelas fuera del contexto quiteño y ecuatoriano. “Esto no pegaba en la programación habitual”, porque los oyentes se habían acostumbrado a las novelas pequeñas de Laura Pérez, reitera Alfredo.
Alfredo Falconí tenía el seudónimo de Fred Falco
En eso se les ocurrió a Alfredo y Galo que era necesario tener libretos propios. Alfredo conversó con su abuelita, Margarita Ocaña, sobre algunos cuentos de su tierra: Riobamba. Uno de ellos era el “huiña huilli”, otro de duendes… Hizo dos o tres capítulos porque su abuelita ya no se acordaba de más cuentos.
Alfredo inició con sus propios textos, uno de ellos se publicó en el séptimo tomo de ediciones Acervo de la Enciclopedia del Terror, su seudónimo era Fred Falco, con eso salieron tres o cuatro novelas cortas.
Una obra que pegó bastante es una que la escribió Alfredo cuando vivía con sus padres en Luluncoto, al sur de Quito. Para llegar a su casa había una subida, por la que pasaba el bus Colón Camal, que en esa época solo brindaba servicio hasta las 19:00. En ese sitio en una ocasión sucedió un hecho que alarmó a toda la ciudad. El carro iba tan lleno que las personas iban “colgadas en las puertas. Los pasajeros se colgaban hasta en los estribos. Si el bus era para 30 personas iban más de 60”. Un día al bus se le trabó la caja o tuvo algún problema y el bus retrocedió en la mitad de la cuesta y se fue al Machángara. Hubo muchos muertos, fue uno de los más grandes accidentes que tuvo la capital ecuatoriana en ese entones. Murieron unas 30 personas, porque el bus bajó de retro, no había una acera grande, solo un bordillo, por eso cayó en el Machángara.
Alfredo se acordó de este acontecimiento lamentable y creó un cuento de terror, donde les incluyó a dos primos de Riobamba: José y Enrique Ruiz Villacrés, que venían a vacacionar en Quito. Se le ocurrió hacer la novela con ellos. Los dos personajes fueron a ver las películas mexicanas que se presentaban en el cine Cumandá, les hizo que salgan a las 23:00 en esa novela, abordaron ese bus, que era un carro fantasma y llevaba a los pasajeros y luego había el accidente. Esa era la trama de la novela corta.
Alfredo cogía el bus en la mañana y al mediodía para ir al trabajo y retornar a su casa, un día algo le llamó la atención. En la mañana en el colectivo escuchó comentarios de los pasajeros sobre la novela y al medio día igual. Sin embargo, el mensaje variaba, como pasaba el tiempo. No era lo que había escrito.
Una señora que comentaba sobre la novela decía que conocía a los dos primos y daba la descripción de cómo eran, cuando en realidad, Alfredo no había escrito nada sobre la apariencia física de sus primos. Solo había escrito que eran dos jóvenes que bajaban esa noche, desde Luluncoto, al cine.
Esos comentarios duraron como una semana. Eso le hizo recapacitar a Alfredo. Si en una semana varió el contenido de los comentarios. “Unos aseguraban que conocían a los dos monitos de Guayaquil, otros a los dos de Riobamba, otros conocían dónde vivían y hasta daban la dirección de la casa”. Había un montón de cosas que se comentaba en los buses que Alfredo subía y bajaba en toda la semana. Era la época en que la radio era la reina en los hogares y todos estaban pendientes de lo que se decía en el micrófono.
“Drácula”, en América La Pasillera
En América “La Pasillera” Galo y Alfredo continuaron con “Suspenso a las 10”, pero definitivamente se les acabó los cuentos cortos. Un día se propusieron hacer una novela, donde se debía incluir más actores, ya no podían estar solo los dos. Alfredo le propuso que busquen un narrador, una voz femenina. Y así lo hizo.
Galo propuso hacer “Drácula”. Alfredo había escuchado, pero no sabía mucho del personaje, solo tenía una idea muy somera. Tampoco fue a ver a la película mexicana con ese nombre que estaba en boga en esos años.
Galo y Alfredo se reunían a las 19:00 hasta las 19:30 o 20:00 se hacía recién el libreto, a las 20:00 se empezaba a grabar y a las 22:00 ya salía al aire. “Había veces que el Galo no llegaba pronto y se emitía a las 22:05 o 22:10, eso era muy apurado”, insiste el técnico.
Alfredo pensaba que “Drácula” era invento de Galo Hernández Navas, pero después encontró la novela que era escrita por Bram Stoker, que fue publicada en 1897. Ahí se dio cuenta de que los personajes eran los mismos. Ahí dijo “Ahhh este Galo me está haciendo el cuento”.
El Cuarto Rojo y la muerte de Jarker, el héroe de Drácula
Solo tres personas ingresaban al Cuarto Rojo, que era el sitio donde grababan y tenía una alfombra roja. Eran Ernesto Romero, que como trabajaba como amanuense de un abogado, escribía rápido a máquina. Galo Hernández que dictaba el capítulo y Alfredo que de vez en cuando le decía “cámbiele esto y póngale esto”. Eso lo hacía pensando en el efecto que le iba a poner para hacerle más tenebroso el programa.
Galo decía que Drácula llegó en forma de vampiro la sala de la casa. Alfredo le pedía que no ingrese tan pacífico, sino que rompa el vidrio, para poner un efecto similar. El capítulo salía perfecto…
Estaban cerca de terminar la novela “Drácula”. Se emitían los últimos capítulos. Jarker, que era el héroe de la novela, cae y se golpea en el suelo, estaba semiconsciente, y en eso llega Drácula, entonces se para para ver cómo salvaba al héroe. Ernesto, que hacía de Drácula, se queda callado, pero luego dice Galo: ¿Qué pasa? Le responde: “dé una chupadita”. El comunicador escribió rapidito que se acercó Drácula y le chupó la sangre a Jarker.
Cuando eso pasó “se fue al diablo toda la novela, porque ya chupada la sangre del héroe ya no había el personaje principal que seguían los oyentes. Ya no había héroe”, reitera el técnico. En ese tiempo Alfredo estaba leyendo a Lobsang Rampa, en “La Caverna de mis antepasados”, donde hablaban de los monjes tibetanos y le dice “Galo por qué no metemos a estos monjes tibetanos, les traemos de Asia hacia Europa, para que le curen a Jarker de alguna forma”.
Galo así lo hizo, la trama duró 120 capítulos más. Siempre había anécdotas en cada grabación, porque como eran los autores de las novelas y libretos todo se podía modificar. Esta novela duró dos años.
Drácula recorrió todo el país y fue al teatro
Drácula fue tan aceptado por los oyentes de la capital ecuatoriana que se vendió las cintas en todo el país. Ahí también hay una serie de anécdotas. Cuando fueron a Tulcán y pasaron a Ipiales. “Los muchachos que hacían de Jarker y otros actores de la novela, ven un cuchillo hermoso en Ipiales y dicen ve este cuchillo que lindo para la obra”. En la presentación lo hacen con tanta emoción que le pasó la lata y le clavó en el pecho a un artista. El actor le miró a Alfredo y le dijo “me pasó el cuchillo, me clavó en el pecho”. Alfredo le preguntó si aguantaba. Le contesta que sí, pero que se apuren. En ese momento llamaron a una ambulancia, esperaron que pase para terminar y poner la cortina para sacarle al actor y que lo ingresen en la clínica. Ventajosamente no fue muy grave, porque pasó el cuchillo, pero quedó en la costilla, reitera Alfredo, quien destaca que él siempre preveía lo que podía suceder, por ello incluía un aparato de lata, con una tabla de valsa llena de jugo de tomate, para que cuando le clave el puñal salga la salsa de tomate y quede clavado el cuchillo en la tabla. En Guaranda, en cambio se cayó el escenario. “Esa gira fue un desastre”.
Luego Galo hizo teatro y se presentó en el cine Alhambra, la entrada norte a centro histórico de Quito. Para esa temporada Alfredo era técnico y hacía consolas y transmisores de radio. Estaba instalando un transistor en Tulcán en radio Ondas Carchenses que era de propiedad de don Fausto Almeida Cárdenas, quien una noche le dice Alfredo le está llamando de Quito Galo Hernández Navas.
Contesta el teléfono y le pide que vaya al otro día porque ya estaba hecha la programación del Conde Drácula, que se presentaría en el cine Alhambra. Alfredo le pregunta si es que ya está todo listo. Galo le responde que sí. Cuando llega el técnico, no había nada, ni siquiera el escrito. llegó a las 10:00, había una fila de personas desde el cine Alhambra hasta la Plaza del Teatro, para ingresar a ver la actuación.
Ernesto Romero era pequeño, de lentes, no parecía para nada Drácula, porque se suponía que era alto, no tan fornido, pero si con cuerpo atlético. Se contrató a un artista para que haga el personaje, lo consiguieron en el teatro Sucre.
Esa obra tuvo una serie de problemas que, por poco, incendian el lugar. “Iba a pasar lo que pasó con Radio Quito en 1949, con la guerra de los mundos”, señala.
Al siguiente día ya se mejoraron las cosas, se busco un cantante y rellenos para tapar algunos imprevistos de última hora, porque la novela duró solo 20 minutos. Los artistas hacían mímica, la grabadora tampoco funcionaba bien, a veces se quedaba lenta, porque era de cinta y muchas veces se trababa o variaba la velocidad, si es que no eran nuevas especialmente.
La Maldición del Inca y el Derrotero de Valverde
Era la época en la que estaban de moda los baños turcos en la capital ecuatoriana. En la avenida hubo uno que se llamaba “Primavera”. Los amigos conversaban sobre qué más hacer en la radio. Galo le dice y ahora ¿qué hacemos? Y Alfredo le contesta hagamos otra novela. ¿Pero de qué? Sobre los tesoros de Atahualpa.
Galo tenía el cuadernillo “El Derrotero de Valverde”, que era una leyenda que daba la ubicación donde escondieron el tesoro Los Incas, en Los Llanganates. Alfredo puso otras ideas como incluir a un chino en la serie, así como la selva, porque conocía el oriente, específicamente Mera, y le iba diciendo cómo tenían que presentar la novela.
Alfredo cuenta que el usar el Derrotero de Valverde les dio un problema porque alguien los demandó indicando que el Derrotero de Valverde era un camino descubierto por cierta persona y que no había autorizado a que se publique y que “nosotros estábamos saliendo por ese derrotero hacia el oriente”. Al final no pasó nada porque no tuvo los argumentos sólidos como para que la demanda siga.
La creatividad era fundamental. Contaban que estaban en las lagunas y había osos, para causar más zozobra. El narrador era Edison Espinosa, su hermano Wilfrido también participaba cuando había un personaje pequeño en la obra como un policía que se acercaba. Carmen del Valle y Fanny Lasso eran las voces femeninas de la serie. Esta novela tuvo más de 100 capítulos.
Al “Chino” se le cortó la lengua
Alfredo, cuando tenía 11 años, escuchaba en HCJB, que en ese entonces regalaban radios de galenas, para que escuchen la emisora. “Es un audífono, un pedazo de galena y una especie de aguja de reverbero que se le movía sobre la galena y captaba la radio. Una vez les regalaron a sus padres y Alfredo escuchaba Radio Nacional Espejo y otras estaciones, pero HCJB pasaba una novela que se llamaba “El Capitán Silver”, que era un capitán de un barco que siempre luchaba contra el comunismo, porque era plena guerra fría.
En esa novela había un chino y le gustaba la forma de hablar. Alfredo le dijo: Galo, veamos a alguien que haga de chino y se realizó, pero este personaje, que era interpretado por Mario Moscoso, empezó a coger mucha relevancia. Un día Mario va donde Galo y le dice “vea Galo necesito que me pague algo más porque mi personaje es importante”. Alfredo cuenta que pasaron uno o dos capítulos y el locutor le hizo cortar la lengua y se acabó el personaje del chino.
Mario después le estuvo rogando que le deje formar parte de la novela. “Déjese de cosas. Ya no voy a pedir que me aumenten el sueldo”. Ingresó y se le puso unos menjurjes para que le crezca la lengua”. Esto se podía hacer porque no eran novelas hechas sino se escribía al día, por capítulos y si al otro día se le ocurría otra cosa se incluía. En el transcurso del tiempo se remendaba con la finalidad de que quede bien. Se escribía a las 19:00, 20:00 se grababa y a las 22:00 se emitía al aire.
Mauro Ferrín Vera y Carlos Rodríguez Coll
Alfredo siempre tuvo su taller, donde elabora equipos de radiodifusión: consolas y transmisores. No trabajaba específicamente en América “La Pasillera”, sino que solo iba a hacer la novela; o cuando era control del relator manabita Carlos Rodríguez Coll en las transmisiones deportivas, en el estadio Olímpico Atahualpa. También viajaba a Guayaquil para capacitar a la gente del Puerto Principal, para que trabajen, con los equipos que construía.
Un día llegó a América “La Pasillera”, que quedaba al comienzo del dial en los 570 AM, un jovencito Mauro Ferrín Vera. En esta emisora necesitaban narradores. Le recibió Galo Hernández Navas. La radio funcionaba en las calles Cuenca y Mideros, cerca de la Plaza de La Merced, donde hasta el año 2000 era la Intendencia y la Morgue. Le saludó y le dijo que quería ver si hay trabajo.
“Usted es locutor” le preguntó Galo Hernández. Le contestó que sí. En qué radios ha locutado. No le comentó que había estado previamente en Marañón, de la señora Ligia Wilches. Le manifestó que en realidad le gusta y quisiera que le tomen una prueba. Apareció el técnico Alfredo Falconí.
Galo Hernández Navas le llama: “Alfredo este joven señala que es locutor, hazle una prueba”. Mauro nunca había hecho un relato deportivo en una grabadora, era la primera vez. Alfredo que hoy es su amigo, a quien lo visita siempre, le indicó: “Sabe qué, joven, anótese unas alineaciones en un papel, ponga los nombres para que relate”. Era la primera vez que veía las cintas de las grabadoras grandes, porque en la anterior radio que había estado, que era Marañón, no había. Era una tecnología más avanzada.
Mauro iba a narrar como don Ecuador Martínez Collazo, pero a último rato no lo hizo y utilizó su estilo. Alfredo grabó y se fue a la oficina de Galo Hernández Navas. Mauro se quedó escondido detrás de la puerta, escuchando que decía. El técnico le indica al propietario de la estación. “Sabe que este chico tiene condiciones, pero hay un problema, es parecido a Carlos Rodríguez Coll”. Mauro se sorprendió. Galo Hernández le dice Y… mejor, pues mejor. Si se parece a él mucho mejor…
Galo Hernández Navas le autoriza a Mauro que puede ir al estadio el domingo. El director de deportes era Édison Espinoza Tapia, un gran locutor narrador, que después se fue a vivir en Guayaquil y trabajó por muchos años en CRE. En el estadio Olímpico transmitieron desde la cabina de Radio Tarqui, que en esa época estaba Carlos Efraín Machado. Relató unos 10 o 15 minutos. “Me sentía en las nubes, me sentía Ecuador Martínez, Carlos Rodríguez Coll, Alfonso Laso, ya era relator”, reitera el locutor manabita.
Alfredo Falconí cuenta que al escucharle a Mauro Ferrín Vera parecía ser el hijo de Carlos Rodríguez Coll, porque narraba igualito, por eso le dijo a Galo Hernández Navas “es Carlos Rodríguez Coll en pequeño”. Mauro siempre estaba conmigo y yo le presenté al “hombre que televisa el fútbol”. Los dos se acoplaron bastante bien y trabajaron mucho tiempo juntos.
La cuña de Café Minerva y Betty Pino
Alfredo dice que una de las cosas que se siente satisfecho es haberle enseñado a locutar a la guayaquileña, Betty Pino, una de las mujeres latinas más influyentes de la radio en Miami, Estados Unidos. “Estábamos en Radio Luz de América, todavía no era América “La Pasillera”, era justo cuando se hicieron cargo Walter Robles, Gustavo Cañas y el Ing. Mario Castro.
A Alfredo le gustaba permanecer en la radio, especialmente los domingos. Un día llegó una chica delgada y alta: era Betty Pino, quien quería ser locutora, pero Walter decía “no, no, esta chica no vale para locutora y no le dio chance que locute. “Aquí no hay tiempo para aprender”.
Alfredo se daba tiempo, le grababa y le pedía que vocalice bien, porque “como era costeña tenía problemas y se comía las s”. Un día estaban grabando sobre Café Minerva. Le pidió que lo haga con una voz muy sensual y coqueta. Le presentó el audio a Walter y le gustó, la locutora se quedó unos días, porque luego de eso se fue a los Estados Unidos.
En una ocasión Alfredo fue a Miami y un amigo suyo, que también trabajaba en radio en esa ciudad, le comenta. “sabes quien está aquí? ¿Quién? Betty y es una muy buena locutora. Le fueron a visitar, hicieron antesala un buen tiempo para verle. Ahí fueron los encuentros, los abrazos y le regaló unos discos para radio Visión. Le presentó al esposo. Betty le enviaba discos y Alfredo le llevó unos tres discos de 45 en otra ocasión que viajó a Miami.
La tercera novela se iba a llamar “Una Eva Negra”
Alfredo Falconí había comprado unos libros del escritor italiano Emilio Salgari, que escribe sobre el mar, quería aprenderse nombres de los barcos antiguos. Esta novela iba a tener una trama prefabricada.
Era que un barco zozobraba cerca de Esmeraldas con esclavos negros. Se salvaron algunos y quedó una sola mujer, que tuvo varios hijos que empezaron a poblar “La Provincia Verde”. Luego los descendientes van hasta El Chota.
Una Eva Negra, era la primera mujer que llegó a Esmeraldas por accidente al hundirse el barco, fue la madre de todos los habitantes de Esmeraldas y el Valle del Chota. Esta obra se iba a difundir, a través de Radio Presidente, Su Excelencia Musical”.
Se crearon los primeros capítulos porque ya estaba por acabarse “La Maldición del Inca”, pero hubo el contratiempo con Galo Hernández y ahí quedó la novela, insiste Alfredo.
Construyó la consola para Radio Presidente, 1160 A.M.
Alfredo fue muy amigo del dueño de Radio Presidente, 1160 A.M. El técnico le construyó la consola. Galo Hernández Navas había vendido un carro, alfombró la oficina y se compró un piano. En ese momento el técnico y libretista le pidió que le pague. Tuvieron un desacuerdo, porque le contestó que no tenía plata.
“Vea Galo, si no me paga, yo me llevo la consola”. Llévesefff le contestó. En serio Galo le insiste, porque Alfredo no creía, le repite que se lleve. “Desconectó la consola y se llevó”. Dejó de trabajar con él, hasta que un día le llamó después de tres años, cuando él había vendido Radio Presidente y compró un terreno, cerca de Tababela, al oriente de Quito, porque en esa época ya se comentaba que el aeropuerto se construiría por esa parroquia rural. Construiría un cine y un centro turístico. Estuvieron enojados como cuatro años.
Galo se disculpó, se olvidaron los problemas y le reparó dos proyectores de cine. Volvieron a ser amigos hasta cuando el radiodifusor viajó a los Estados Unidos y regresó enfermo de cáncer, acota.
Alfredo califica a Galo Hernández Navas como una persona con bastante cultura, a pesar de que no había estado en la universidad, él había leído mucho. Era muy afable, como amigo era muy amigo, desprendido de las cosas. “Le gustaba tratarse y tratar bien, pero el asunto cuando ya se trataba de pagar plata ahí era lo difícil, para él y casi todos los radiodifusores de Quito”, comenta.
Alfredo, el técnico de sonido
Alfredo estuvo en la construcción de su primer transmisor con el Ing. Mario Castro Falconí, cuando arrendaron la radio Luz de América: Walter Robles, Gustavo Cañas y Mario Castro Falconí. Como Alfredo ya era técnico titulado, Mario Castro le llamó para que le ayude para hacer el primer transmisor, que era de un kilovatio. “Nos encerramos en una oficina que no tenía ventanas a la calle, ubicada en el Pasaje Amador”. Cuando terminaron de construir el transmisor, Alfredo pensó que todavía era de día, pero ya era las 22:00, estaba todo oscuro. Cogió un taxi para que le traslade a Luluncoto.
Al otro día se fueron a instalarlo. “Ese fue el primer transmisor que yo hice”. Después ya hizo solo, pero siempre le pidió un consejo al Ing. Galo Rivadeneira, quien siempre le asesoraba. Antes hubo gente que construía transmisores, pero Alfredo Falconí siempre hacia un diseño diferente del otro. Era distinto al de los americanos, con colores llamativos: amarillo, naranja, azules, verdes, porque los otros solo hacían grises y plata.
Al inicio su taller estaba ubicado en la calle Galápagos, luego pasó a la avenida Gran Colombia, frente a la maternidad Isidro Ayora, donde tuvo un espacio de 400 metros en el subsuelo del edificio. En ese lugar hizo la mayor cantidad de equipos de radio, porque se hacía desde los tocadiscos hasta las torres de irradiación. Este edificio era de las Ligas Barriales de Quito y como cambian de autoridades, hubo un presidente que iba a poner otra cosa ahí y tuvo que salir.
De ahí pasó al parqueadero de la Basílica donde estuvo ocho años. Querían ampliar y elevar el parqueadero. Ahí se achicó bastante, porque de 400 bajó a 25 metros.
El consejo de Carlos Pérez Perasso
Alfredo hizo una radio para Santa Elena, que en ese tiempo era parte de la provincia del Guayas, el señor que le contrató era ahijado del fallecido director de diario El Universo, Carlos Pérez Perasso. Para hacer el contrato se fue a la oficina del propietario del matutino porteño, quien le dijo “tú eres todavía un muchacho y te voy a dar tres consejos: por lo que haces cobra decentemente, no regales tu trabajo, pero tampoco robes y tercero cumple tu palabra al pie de la letra. “Si haces esas cosas vas a tener éxito en tu vida”.
Alfredo le pidió 30 días para entregarle el transmisor de 1 kilovatio, Carlos Pérez Perasso le contestó que podría ser en 45 días. El técnico le entregó en un mes. Cuando fue a cobrar el comunicador porteño le repitió “te agradezco hijo, sigue mis consejos y vas a tener mucho dinero”. Señala que esas cosas le han ayudado. A lo largo de su vida ha podido conservar amistades influyentes en lo económico y en altura intelectual, como Monseñor Hugolino Cerasuolo, que después fue obispo de Loja, también con el padre Néstor Herrera.
Técnico de Radio Visión
Alfredo tuvo siempre su taller, porque le gustó ser su jefe. Cuando hizo un diseño en Miami, se hizo muy amigo de Pancho Nestra, el propietario de Contel en esa ciudad turística le sucedió una anécdota. Fue a los Estados Unidos para comprar equipos de enlaces para Radio Visión de Quito, que estaba situada en el sur de Quito. En un día hizo todo lo que debía hacer en los Estados Unidos. El martes ya estaba desocupado. Llamó a la compañía de aviación, para preguntar si podía regresar el jueves a Quito. Le respondieron que no había problema, que si había cupo.
Después de esa respuesta se gastó todo lo que le sobraba y se quedó con 50 dólares. El miércoles fue a reconfirmar su pasaje, le pidieron que pague en la caja 80 dólares, porque Miami era una ciudad turística, si permanecía ocho días no pagaba ningún impuesto, pero si era menos que ese tiempo tenía que asumir un impuesto a la ciudad. Eso hizo que se quede varado en Miami.
Le llamó a Pancho Mestre a contarle lo que le sucedía. Alfredo le iba a dejar una cartuchera que costaba 800 dólares, porque le compró cuatro. Le pidió que le dé 100 dólares y cuando llegaba a Quito le mandaba la plata y él le enviaba la cartuchera.
Después de la conversación, el empresario de Miami envío una furgoneta, los empleados sacaron las cosas del hotel y le llevaron a un conjunto habitacional, para que Alfredo se hospede, la empresa le daba el alojamiento, porque “tenían tres suites para los buenos clientes”.
Contel trabajaba para Latinoamérica y vendía muchos equipos. Pancho le contrató para que diseñe el equipo de un kilovatio de ellos. Le tocó quedarse casi un mes en los Estados Unidos, le propusieron trabajar en ese país, pero no quiso, porque siempre le ha gustado ser independiente.
Como era técnico de Radio Visión, en Quito esperaban unos enlaces porque antes los estudios de la radio quedaban en La Ecuatoriana, al sur de Quito. Ahí estaba el transmisor, a los locutores y sonidistas les tocaba ir hasta allá. Luego la estación despuntó y se hizo la mejor de la capital, ya tenían el dinero suficiente para comprar equipos de enlace y se pasaron a San Blas, el propietario era Giovanny Pantalone, quien también era dueño de Visión de Manta. Después pasó a ser una compañía que la conformaron tres o cuatro personas, entre ellas Rodrigo Paz Delgado y Tommy Wrigth.
Los equipos para Radio Nacional El Oro y para una emisora de Colombia
Alfredo cuenta que para Radio Nacional El Oro construyó un transmisor, que estaba dentro de una camaronera. Era tan buena la emisión que tuvieron problemas con las emisoras peruanas, porque llegaba la señal nítida a Lima y opacaba la señal de una radio de la capital peruana. Era justo en 1981 cuando ocurrió el conflicto bélico de Paquisha, Mayaicu y Machinaza. De las radios que era técnico Alfredo eran buenas porque su señal llegaba bastante lejos.
Otra vez le llamaron de Colombia, pero dejó de trabajar porque se enteró que quienes lo contrataron eran de la guerrilla de ese país. Previamente hizo dos equipos y venían por otros más.
Cuando Alfredo regresaba instalando el segundo equipo en Túqueres, en un restaurante donde almorzó le hicieron notar que quienes lo contrataron eran grupos subversivos. “De ahí ya no volví. Vinieron dos o tres veces más, pero ya no fui”, destaca.
Su taller
Ahora tiene un almacén de repuestos electrónicos. “Lo tengo más por lo que se vende, porque mucha gente me consulta. He hecho ayudas para unos 12 grados de la escuela Politécnica Nacional, de esos grados hay amigos que todavía vienen, que tienen radios y se hicieron ingenieros y son agradecidos conmigo por la ayuda”.
Dice que la radio le dejó muchos amigos, muchos de ellos ya han desaparecido, no solamente en Quito, sino en todo el país, incluyendo Galápagos. Se siente realizado porque todas las personas que le conocen sienten aprecio y amistad. “Me parece haber cumplido en mi vida lo que tenía que hacer”. A pesar de ello extraña y siente mucha nostalgia de la radio del pasado.
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Iliana Cervantes Lima
Voces de la Radio
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