Rafael Granja Bonilla, el consentido de la audiencia en Quito y Guayaquil
La radio no ha muerto la radio está vivita y coleando. Solo falta gente con ímpetu, fuerza y amor por lo que está haciendo para que siga vigente. Eso dice el reconocido locutor, Rafael Granja Bonilla. Su proyecto de ser el número uno en la Sierra y en la Costa lo logró. Además, tiene oyentes fieles en la Amazonía, para lograr esto necesitó años de constancia y trabajo.
Lidera la sintonía en las principales ciudades del país. Labora en Radio Canela, de Guayaquil, y en Estéreo Zaracay, en Santo Domingo de los Tsachilas. Al inicio fue muy difícil abrirse campo con un programa educativo en la radio, nadie creía que iba a dar resultado. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para que la gente le dé la oportunidad.
“La Loca Historia de la Música”, en Zaracay 100.5 FM, nació con una hora, luego de tres meses, y viendo la ubicación del programa, subió a dos horas, luego a tres. Ahora tiene cinco horas. Es un programa cultural, ameno y divertido. Su vínculo con la radio Tsáchila fue en 1994, cuando Zaracay elegía las canciones del año y Rafael Granja Bonilla laboraba en Guayaquil.
En 1995, era productor de la publicidad del entonces candidato presidencial Abdalá Bucaram, pero tras el triunfo electoral renunció a todos los trabajos que tenía para dedicarse completamente a esta actividad. Siete meses duró el Gobierno de Abdalá Bucaram y terminó su trabajo en una institución pública. Se quedó sin empleo. La única opción que tenía en ese momento era trabajar en Santo Domingo, como le había propuesto Pericles Velasteguí, representante de la Corporación Zaracay. Eso fue en febrero de 1997. Una semana permaneció sin trabajo, recuerda.
Se inició con un programa a la medianoche, ser llamaba “Una Voz en el camino”, espacio en el que conversaba telefónicamente con los camioneros, vendedores que dejaban su mercadería en los mercados, los guardias de seguridad… De a poco, la gente trasnochadora comenzó a comunicarse. El programa se terminaba a las 05:00, cuando ingresaba William Ramírez, con el programa Puntual.
La audiencia era impresionante, recuerda. En esa época, Zaracay tenía una sintonía bárbara, como decía don Hólger Velasteguí, dueño de la estación: “bárbara la sintonía, pero no ganaba nada”, dice. Empezó a viajar a Santo Domingo para vender publicidad y así pudo solventar sus necesidades. En la época de la dolarización, en 1999, fue duro para alcanzar publicidad. Nadie quería invertir en ello, eso duró más o menos un año. Igual que pasa en esta época de pandemia, pero se está superando.
Dice que “La Loca Historia de la Música” es una recopilación grande de lo que se vivió: la loca e inquieta juventud. Son canciones que le hicieron llorar, enamorar, disfrutar con amigos. Este programa es la principal obra de su carrera radial. Le encanta Miguel Ríos, con su tema el Himno de la Alegría. Le gusta escuchar a José Luis Perales y Miguel Gallardo. “Oigo música y los problemas se evaporan. Es como una buena limpia, como dirían en Santo Domingo. Me da una paz espiritual maravillosa”, repite con una sonrisa cómplice.
Mientras tanto, en su programa “Canela Íntima”, en radio Canela de Guayaquil, hace otro tipo de segmentos donde hay reflexiones. Al inicio se pensaba que no pegaría en la audiencia, pero a la gente le gusta porque este espacio le brinda una voz de aliento en esta época de cambio y de adaptación: permanecer en casa, sentirse tranquilos. Hay que resistir, como dice la canción que se convirtió en una especie de himno: “Resistiré”, del Dúo Dinámico, de España. El programa cumple 18 años y se ha mantenido en los primeros lugares de sintonía.
Ha tenido propuestas para trabajar en el extranjero, pero priorizó su familia y por eso su lucha dentro del país. Pero su voz sí se escucha en otros lugares del mundo, le sintonizan ecuatorianos, a través de las redes sociales, en Nueva York, Miami (EEUU) y otros países. Tiene un oyente radicado en Tel Aviv, Israel. Es un ecuatoriano que siempre está pendiente del programa.
La audiencia nota su ausencia cuando no está frente al micrófono. Cuando tiene afonía los oyentes le envían recetas para que se cure. Cuenta que una vez, cuando un médico le escuchó un poco apagada la voz, le visitó en la radio y le llevó medicamentos. Es un oyente fiel, que lo sigue por décadas.
Si el programa es el sábado, desde el viernes ya recibe las peticiones por cualquier motivo: cumpleaños, aniversario, onomásticos. Su vínculo con la audiencia es a través de las redes sociales, el teléfono. El los retribuye complaciendo sus gustos musicales. Considera que ese es el éxito de una buena comunicación.
Sigue firme, con pie derecho, con la misma sensación e ilusión del primer día. Recuerda su inicio en la radio: un día estaba en la calle con sus amigos, le encontró su hermano mayor y le preguntó que hacía, “porque no estaba sacando provecho de ninguna naturaleza”. En ese momento le llevó a la Radio 11 de Noviembre, que era propiedad de un buen amigo, en su natal Latacunga. Ahí aprendió con ese viejo sistema: ‘picar’ con la aguja, darle un poquito de vuelo al tocadiscos y pararse frente a los micrófonos clásicos. Todo ese mundo le encantó y solo el decir la hora le pareció espectacular.
En ese tiempo, el horario para locutores principiantes que buscaban una oportunidad, estaba relegada solo para las noches y madrugadas, pues los grandes locutores estaban en la mañana, al mediodía o la tarde. En esos años, la radio transmitía solo hasta las 22:00. “Yo era el que despedía a la radio y decía: muchas gracias, muy agradecido y cerraba con el Himno Nacional”, recuerda.
Tiempo después viajó a Quito para estudiar Psicología Clínica, profesión que nunca terminó porque le tocaba trabajar y estudiar, pero chocaban los horarios. Tuvo que elegir el trabajo ya que no tenía ningún tipo de ayuda económica, pues su padre le dijo “ya te di la escuela, ya te di el colegio. La Universidad tienes que valerte por ti mismo”.
Y se decidió por lo que le apasionaba: la radio. En 1974 se presentó la oportunidad de trabajar en la ciudad de Cuenca, en una estación que pertenecía a la Gran Cadena Musical, que también había en Quito. Era una de las emisoras que mejor pagaba, esa radio cambió todo el panorama musical de la ciudad, pues había emisoras conservadoras que se prendían a las 07:00 y terminaban a las 19:00, pero llegó esta estación que laboraba las 24 horas. Uno de los programas que más llegó fue: “La Hora de las brujas” que emitía “música pesada”: Led Zeppelin, Black Sabbath, entre otros grupos de fama mundial. Los jóvenes escucharon algo nuevo y se apegaron a la estación.
Algo anecdótico fue cuando a la radio la clausuraron porque decían que estaba degenerando a la juventud con ese tipo de música. Rafael Granja Bonilla tenía un programa en la tarde y en la noche, allí trabajó cuatro años. Califica de “hermosa” su estadía en la Atenas del Ecuador, porque él había llegado de radios que daban mensajes musicales y no le pagaban con dinero, sino con una bolsita de machica, una gallina o huevos. En la estación cuencana lo hacían con dinero en efectivo. “Yo soy de la época que se enviaban mensajes musicales para la persona que se fue al cuartel, por el santo, el cumpleaños… La gente agradecida me traía algún incentivo. Seguramente era un tiempo en donde no se necesitaba el dinero, como ahora”, repite.
Se presentaron nuevas oportunidades y él supo escoger bien. En las fiestas de Cuenca se elegía a la Chola Cuencana y le tocó animar el evento. Siempre había turistas que venían de Guayaquil, así como dueños o representantes de emisoras de esa ciudad. En ese evento, una persona se le acercó y le preguntó que cuánto ganaba en Cuenca y le propuso trabajar en radio Espectáculo, del Puerto Principal, con un excelente salario. Así dejó Cuenca, con mucha tristeza, y viajó a Guayaquil, sin muchas esperanzas. Ya consolidado en esta otra ciudad, pasó a las radios Frecuencia Mil e Ifesa. En todas las emisoras le ofrecieron un incentivo económico mejor para trabajar.
Recuerda que Radio Ifesa tenía competencia con Radio Alegría, que era de la disquera Fediscos, e Ifesa era de la empresa del mismo nombre. Había competencia de quien tenía los mejores locutores, programas y música. Por esas estas dos emisoras pasaron los mejores locutores: el cuencano Juan Alvarado Granda (fallecido), Douglas Argüello, quien fue la voz de Ecuavisa, Agustín Guevara Murillo, Oswaldo Valencia, Mr. Soul Train, entre otros.
A pesar de que la radio es su esencia, laboró también en televisión. Fue libretista de Cinemanía, un canal de cable que emitía solo películas y promocionales, allí estuvo cinco años hasta que se cerró. Luego trabajó en TC Televisión, canal 10, en el programa – concurso la Gran Jugada. Él se responsabilizaba de la producción desde los buses, colectivos, en la calle. El programa se emitía los sábados, a las 21:00, y había premios mucho más grandes que la misma lotería. Con el paso del tiempo, el programa desapareció.
Luego llegó la oportunidad de trabajar en Telesistema, hoy RTS, en donde permaneció por 18 años. Fue la época de oro de los Power Rangers y Dragon Boll Z; él anunciaba cada episodio. Los niños que vivieron esa época siempre lo recuerdan. En este tiempo nunca se alejó de la radio, que para él ha sido el alimento diario para su alma y el sustento de su familia.
Otro de los talentos que tiene Rafael Granja Bonilla es la venta de publicidad, pues considera que “sí se puede vivir de la radio”. Confiesa que no le gusta trabajar por un sueldo de la empresa, sino vender y arreglar un porcentaje con la empresa, que podría fluctuar entre el 20, 30 o 50%. Se caracteriza por tener auspiciantes fijos que le acompañan desde hace 25, 20 y 15 años.
Afirma que estará en la radio «hasta que Dios quiera». Heredó la voz de su padre, que decían que era como un trueno y recuerda que lo llamaba de tres o dos cuadras de distancia.
Sus programas se caracterizan porque escucha toda la familia, los hijos tararean la música de los papás. En el segmento el acertijo de la semana, en Zaracay, todos participan: papá, mamá, hijos, abuelos, pues el programa ha logrado reunir a la familia entera.
Su hija está por concluir la carrera de Comunicación Social. La universidad le da las bases, pero la experiencia también es importante, repite. Sus otros hijos estudiaron Negocios Internacionales, Marketing y otro trabaja en Estados Unidos.
Así es Eduardo Granja Bonilla, un ícono de la radiodifusión, que conjuga la música y la oportunidad de educar y entretener a su audiencia.
Iliana Cervantes Lima
Voces de la Radio
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