Los Parrales Zambrano se sobreponen de las tragedias
El bar estaba repleto. La música sonaba a todo volumen y los clientes se refrescaban con cerveza y otros tragos. De pronto, la tierra tembló y se produjo ruido estremecedor. Todo se fue al suelo. Lo que vino de inmediato fue de espanto, desesperación y muerte. Así rememoraba Jackeline Zambrano Farías, propietaria de Parrales Restaurante – Bar 7.8, la noche de aquel sábado 16 de abril de 2016, cuando se produjo el terremoto que cambio la vida para los manabitas.
El movimiento sísmico también nos trajo y mensaje, relataba Jackeline: que cambiemos de vida, que no todo es borracheras, alcohol, sexo y vida alegre, comentaba – convencida – esta manabita de piel canela y dueña de una singular forma de expresarse; sin filtros, “porque así es la vida”. Muchos de sus vecinos y amigos perecieron aquella noche de bohemia, continuaba el relato.
Después de llorar y enterrar a los vecinos y amigos muertos, los Parrales Zambrano retomaron la cotidianidad. Volvieron a reconstruir el local, con madera y caña de guadua, pero ya no funcionó como un bar, sino como un local destinado para degustar las más exquisitas recetas de la sazón manabita. Así nació Parrales Restaurante – Bar 7.8; le añadieron el 7.8 para recordar que esa fue la magnitud del terremoto que sacudió la Costa ecuatoriana y gran parte del país, precisaba Jackeline.
Cuatro años después, cuando el negocio empezaba a repuntar, les vino otra tragedia: de la noche a la mañana todos los locales debían cerrarse, sin anticipación ni mayores explicaciones: un enemigo invisible y mortal se extendía por el mundo. Y las tranquilas playas de Pedernales no eran la excepción. Llegó la pandemia de la Covid 19 y nadie podía salir de casa.
Los Parrales Zambrano se encerraron en el local del restaurante: una construcción amplia, con pisos de madera y cubierta con hojas de palmera. “Aquí nos guardamos casi tres meses, solo salíamos a buscar algo que comer, nadie pasaba por la calle”, recordaba la mujer de cabello crespo y ojos inquietos.
Mientras tanto, en la cocina del restaurante, Tito preparaba los platos para la mesa con ocho comensales que esperan con paciencia: camotillo a la plancha, ceviches de concha, camarón y pescador, arroz marinero, son las especialidades de la casa. Con la misma destreza con la que antes movía la coctelera, copas y vasos, ahora maneja los cuchillos de cocina, sartenes, platos… En pocos minutos estaba lista la ensalada pico de gallo (cebolla perla, tomate, limón y culantro). Su mujer, alista los pescados y otros platillos.
El jueves 12 de noviembre, a las 20:00 casi todos los locales del malecón de Pedernales estaban casi vacíos. En la vereda del frente, desde el karaoke del Bar-quito, se deslizaban unos cantos destemplados. Eran unos cuantos seguidores que festejaban el triunfo de la Tri, en la Paz, Bolivia.
“Debemos trabajar sin desfallecer, sin ver los obstáculos que te pone la vida, dando gracias a la vida que tenemos salud, a nuestra familia y amigos”. Estas palabras sonaban como un consejo de Tito, este pedernaleño de sepa, que aprendió a superar las adversidades con alegría y trabajo. Por ello, incluso, desechó varias ofertas para trabajar en los bares de Montañita, Olón y otros destinos turísticos de la provincia de Santa Elena.
Por esas ganas de lucharle a la vida, don Tito, como le dicen sus vecinos, abrió otro local en Cojimíes, más al norte de la provincia. Muchos turistas prefieren las playas menos concurridas. Entonces, allá debemos estar, comentaba.
Después de un poco más de media hora, que pasaron sin sentir durante la conversación, todos los platos estaban listos. Jackeline, con su particular estilo, casi irreverente, servía los platos. La brisa movía a su capricho a cuantas palmeras de la playa. Las olas del mar llegan como un suave susurro hasta la mesa de los comensales.
Después de 30 minutos. La comida había concluido. Era hora de dormir.
Para Crónica y Noticias: Olger Calvopiña Tapia
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