El olor a tortillas de maíz provoca. Es sábado y en la esquina de la plaza central de Guaytacama (ubicada a 18 km al norte de Latacunga) Dolores Vilca continúa con su rito que lo inició hace más de 73 años: compartir con sus vecinos y extraños las tortillas de maíz, que las prepara con sus manos.
Aquí no hay secretos, comenta la mujer menudita de 86 años, pero de mente lúcida y ágiles manos. Seguramente no leyó “Como agua para el Chocolate” (la novela escrita por la mexicana Laura Esquivel, en 1989), pero ella sabe que el principal ingrediente de este plato tradicional de la serranía ecuatoriana es el amor. Hay que escoger bien cada grano de maíz antes de moler. Hay que tener amor por lo que se hace, porque es para comer todos, relata cuando se le consulta cuál es su receta. Su puesto, ubicado en la plaza principal de la parroquia, es el más visitado durante los fines de semana.
Ya son las 17:00 y Dolores casi ha terminado su jornada. La bandeja de madera está vacía y, a fuego de la leña, en la paila de metal se doran las últimas tortillas en manteca de cerdo. Ahí otros dos secretos de su receta.
Los comensales hacen fila cerca de Mama Lolita (así la llaman algunos vecinos), quien luce una fina trenza bien cuidada, que como hilos plateados se desliza debajo de su impecable sombrero de paño negro.
La tarde está soleada. Los vecinos de Guaytacama caminan a los pies de la imagen de San Juan Apóstol, que está colocada sobre unas de las cúpulas de iglesia de la parroquia, que fue reconstruida tras el llamado terremoto de Pastocalle, ocurrido a inicios de los años 70. Raúl Carrera, un vecino del sector, su esposa Mónica Morales y dos acompañantes llegan a un amplio salón que tiene bancas de madera lacada.
“Los sábados y domingos la gente hace fila para comprar estas tortillas, que también las conocemos como tortillas de palo”, comenta Raúl mientras se deleita con ese suave potaje que también lleva queso y cebolla picada. “Aquí solo hace falta un cafecito”, reclama una de las invitadas.
Dolores cuenta que ella aprendió a preparar las tortillas de su abuela y su madre, pero no sabe quién de su descendencia heredará esta tradición del lugar.
El diálogo se interrumpe abruptamente. “Venga señora Lolita, ya se queman las tortillas”, le advierte una mujer que le ayuda en esta tarea. Ella esboza un gesto de picardía y vuelve a su tarea. Aún quedan unos últimos pedidos por despachar. (I)
Fuente: OCT